A comienzo de la década de los noventa del siglo pasado, Washington se encontró con el predominio de un sistema internacional muy diferente respecto al que existía durante la Guerra Fría. La etapa de la globalización, así como la irrupción de agentes no estatales, provocaron que el poder norteamericano se viera limitado por estos factores, no aprovechando la oportunidad que generó la desaparición de la URSS. Producto de esto, EEUU buscó la implementación de una hegemonía plena a través de un desprecio constante a la toma de decisiones en instancias multilaterales. Sin embargo, la ausencia de un enemigo tangible –que pudiera justificar sus ambiciones unilaterales– dejó a Washington sin un piso de legitimidad, el que era muy necesario a la hora de poder abaratar los costos de la hegemonía. Es en ese contexto en el que acontecen los atentados del 11 de septiembre del 2001.
Ante estos, el gobierno norteamericano comprendió, y en función de la solidaridad internacional que despertaron los atentados, que la desgracia podía convertirse en oportunidad. En ese sentido, y en aras a encontrar a los culpables de los ataques terroristas, buscó instrumentalizar una serie de medidas a fin de conseguir una readecuación al orden internacional imperante.
Amparado en su poder militar y su peso dentro del sistema, EEUU instrumentalizó al islamismo radical, elaborando una “guerra” contra el terrorismo, lo que le significó reactivar no sólo su economía sino también la consecución de una “pseudo legitimidad” dentro de la propia sociedad norteamericana y la internacional.
Ante esto, y a mi entender, una de las consecuencias más importante que derivaron del 11-S fue la reconfiguración de la estructura normativa internacional a una que era promovida por Washington, y por lo cual se le permitió la implementación de una serie de acciones de tipo hegemónicas que encontraron “justificación” en la “guerra” contra el terrorismo. Algunas de éstas son: La legitimad que entregó el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para atacar a Afganistán, ampliando instrumentalmente la interpretación que el derecho internacional hace de la Legítima Defensa; la implementación de instrumentos internacionales destinados a quebrar la soberanía de los Estados, tal como la Resolución 1373 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; la instalación de gobiernos cercanos a Washington en Estados que antes eran enemigos, tales como Irak y Afganistán; la instalación y fortalecimiento de bases militares como en Pakistán, Polonia y Arabia Saudita; la condicionalidad que alcanzó el principio de soberanía recogido en la Carta de Naciones Unidas en función de la presencia de valores acordes a los ideales norteamericanos, tal como ocurrió en Irak, Sudán, Somalia, Túnez, Egipto y Libia, entre otros.
Así entonces, los atentados del 11 de septiembre del 2001, significó no sólo un aumento del poder duro norteamericano sino también la implementación de una serie de acciones que instrumentalizaron al derecho internacional en aras de legitimar su ambición hegemónica.