La ambición nuclear de Kim Jung-un y la llegada de Donald Trump a La Casa Blanca ayudaron al recrudecimiento de la tensión en la península norcoreana, especialmente por las amenazas nucleares hechas por el líder norcoreano en contra de EE.UU. y la respuesta de «destrucción total» que Trump hiciera en contra de Pyongyang si éste ponía en riesgo la seguridad de Washington. Todo esto llevó a que se creara un escenario de amenaza a la seguridad internacional de carácter global.
No obstante, y ante la sorpresa de todos, esta peligrosa dinámica se rompió a partir del anuncio de la realización de una cumbre diplomática que reuniría a ambos líderes. Así, la reciente «Cumbre de Singapur» congregó la atención mundial, generando expectativas en relación a las efectividades y alcances de este encuentro.
Realizando un análisis del encuentro, puedo señalar que Donald Trump tuvo éxito al sentar en la mesa de negociaciones a un «paria del sistema internacional», sin embargo, fracasó en su ambición de «comprometer» a Kim Jung-un a una desnuclearización unilateral con plazos definidos. Por su parte, el líder norcoreano se arrojó un importante éxito al inferirse que EE.UU. no aplicará la lógica de desestabilización política que usó en Libia, asegurándose una carta a la hora de negociar el fin de las sanciones económicas que pesan sobre Pyongyang. A su vez, el éxito de Kim Jung-un se maximizó al conseguir que Washington suspendiera los ejercicios militares que en conjunto realizaba todos los años con Corea del Sur.
En segundo lugar, el acuerdo plantea que «EE.UU. y Corea del Norte unirán sus esfuerzos para construir un régimen de paz duradero y estable en la península coreana». Al respecto, es importante señalar que este punto supone poner fin a la guerra que enfrenta a las dos Coreas desde 1950. Sin embargo, también es relevante explicar que el tenor del acuerdo sólo adoptó la forma de una declaración de intenciones, no haciéndose cargo de los elementos de fondo que son necesarios para su materialización.
Lo anterior, en virtud que una paz definitiva en la península no sólo requiere de la voluntad de las dos Coreas y del decidido impulso de Washington, sino también de la participación y aceptación de Pekín y Moscú.
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