El atentado terrorista que se llevó a cabo en Barcelona, y que significó la muerte de 13 personas, vuelve a poner en órbita al islamismo radical como un fenómeno que no ha sido abordado por la comunidad internacional de una manera seria y rigurosa. Con irresponsable simpleza, muchos suelen señalar que la responsabilidad de uno u otro atentado es obra de un grupo terrorista o de los denominados “lobos solitarios”; concepto que explicita la acción terrorista desarrollada por una persona que responde a los “principios” que inspiran la lucha de algunos grupos mayores.
Ante esto, resulta importante considerar que el verdadero islamismo radical es una consideración personal que no responde a elementos colectivos y que no está sometido a directrices de algún grupo, siendo esa característica lo que realmente complejiza su lucha y erradicación.
En este sentido, y como fundamento de esta posición, puedo señalar que el principal factor motivacional presentado por los islamistas radicales que han perpetrado la gran mayoría de los atentados con alto impacto mediático internacional encuentran en su propia concepción existencial al elemento que justifica sus acciones. Esto es así, ya que la gran mayoría de aquellos que tergiversan el mensaje de paz que enseña el Islam, y en función de las investigaciones llevadas a cabo para analizar cada caso, se han considerado como un ejemplo del verdadero sentir de lo que significa ser musulmán, transgrediendo incluso el mandato coránico a la humildad. En consecuencia, y a partir de su autopercepción, el islamista radical siente la obligación de regenerar el Islam de aquella degeneración a la que se ha visto sometido su sociedad.
Algunos de estos islamistas radicales, y sin el temor a socializar su visión, se presentan ante la umma (comunidad islámica) como defensores de la fe verdadera, evidenciando una disposición a sacrificar su vida si esto logra tributar, entre otros, no sólo a la reivindicación del Islam, sino también a la liberación de la opresión a la que se ha visto sometida la sociedad islámica. Para el islamista radical, y en función del poder duro de su enemigo, su esfuerzo reivindicativo debe ser violento y debe dirigirse en contra de occidente. Estas acciones intentan ser justificadas en función de la arrogancia que las potencias occidentales han mostrado históricamente hacia el Islam. En este sentido, occidente representa para el islamismo radical no sólo una sociedad corrupta sino un colectivo socio-político colonizador que busca aniquilar la cultura musulmana al secularizar a los gobiernos en los que se encuentran los territorios sagrados el Islam.
De esta forma, el odio hacia occidente es un factor fundamental a la hora de justificar y legitimar ante Dios, y su propio colectivo, las acciones por las que a ellos se les considera como terroristas. Por lo tanto, y para el islamista radical, occidente no es cultura, sino una unidad anticultural que a través de su expansión amenaza gravemente los valores sagrados del Islam, factor que es suficiente para que deba ser combatido.