Uno de los problemas que más preocupa a la industria salmonera y a las autoridades en nuestro país, es el como disminuir los volúmenes de antibacterianos usados para el control de la Piscirickettsiosis en la crianza de salmones y truchas en el mar. Este es un tema complejo y parece no tener solución, aun cuando la industria declaró en su informe de sustentabilidad que las mortalidades en el 2015 no superaron el 7% en la fase de crianza en el mar, lo que no se condice con los 630 g de ingrediente activo de antibacterianos usados por tonelada de salmón cosechado ese año. Por supuesto que estas cifras son alarmantes con respecto a lo declarado por Noruega, país que en el 2015 utilizó solo 9,2 gramos por tonelada de salmón cosechado. Claro que la industria salmonera en Noruega no tiene el problema de la Piscirickettsiosis como ocurre en Chile.
Piscirickettsia salmonis ha sido reportada por la mayoría de los países productores de salmón en el hemisferio norte, incluyendo a Canadá, Los Estados Unidos, Escocia, Irlanda y Noruega. Es así que el primer reporte de esta enfermedad data de 1970 en Canadá, la cual fue llamada inicialmente “Enfermedad de Los Paréntesis”, pero solo Noruega registró en el otoño de 1988 un brote en salmón del Atlántico posterior a su ingreso al mar, con las mismas características exhibidas por los salmones enfermos en Chile, atribuido a condiciones ambientales adversas. Similar situación ocurrió en Canadá en el 2015, donde se registraron brotes de SRS asociados a las altas temperaturas en el mar.
Si analizamos la situación en Chile, tenemos la misma bacteria que está presente en el hemisferio norte, tenemos las mismas especies de salmones que se cultivan en el hemisferio norte y solo cambia el ambiente. De hecho, los primeros registros de esta patología datan de 1983 en Chile, cuando no sabíamos con que patógeno nos enfrentábamos, los volúmenes de producción de salmón eran bajos y la primera especie afectada fue el salmón coho. Como no sabíamos que patógeno generaba la enfermedad, le llamamos inicialmente el Síndrome del Salmón Coho, posteriormente se le denominó SRS (Síndrome Rickettsial del Salmón), y solo en 1989, gracias a una simple tinción con Giemsa, pudimos ver la bacteria, la que en esa fecha provocaba altas mortalidades en los salmones de cultivo.
Lo complejo es que Piscirickettsia salmonis tiene la particularidad de ser intracelular, por lo que los antibacterianos usados no son 100% efectivos al no matar a las bacterias que se protegen dentro de las células, y además, la formulación de vacunas para estas bacterias en peces es altamente compleja. Esto ha generado que los productores utilicen dosis de antibacterianos superiores a las recomendadas para el tratamiento de peces. Es así que para el Florfenicol, producto que representó el 82,5% del total de antibacterianos usados por la salmonicultura en el 2016, la dosis recomendada es de 10 mg de ingrediente activo/kilo de pez/día, suministrado vía oral por un período de 10 días, en Chile se utiliza hasta 30 mg de ingrediente activo/kilo de pez/ día, por periodo de hasta 15 días. Por supuesto que si los productores utilizaran los antibacterianos en las dosis y periodos recomendados, los volúmenes de antibióticos se reducirían al menos en 50%, reduciendo significativamente los costos de los tratamientos empleados, y el efecto no dimensionado, sobre el ambiente acuático.
Todo esto nos debe hacer reflexionar respecto a las estrategias a emplear para mantener bajo control a este patógeno, y hacia donde dirigir la investigación. Definitivamente no existen pócimas mágicas. Las probabilidades de contar con nuevos productos antibacterianos en el corto plazo y con vacunas que otorguen 100% de protección, con la tecnología hoy disponible, parecen muy lejanas. Por lo que lo recomendable es volver a lo básico, analizar la famosa triada que involucra al pez, patógeno y medio ambiente, para identificar los factores que gatillan la enfermedad y así buscar los mecanismos para minimizar la manifestación de ésta.
Fuente Fotografía: Editec