La actualidad es protagonizada por mandatos preventivos. Diversas medidas están justificadas con una razón que realza la importancia de prevenir. Por otro lado, si bien la promoción de la salud se renueva como propiedad de una discursividad moderna y actual, basta con explorar la historia de la salud para confirmar que ciertamente no se trata de algo nuevo. La base original proviene de un proceso que se enmarca en una estrategia, y que busca brindar a las personas los medios para disponer de un mayor control sobre la salud propia. Pero actualmente esa base tiende a resonar de manera disonante, cuando pareciera que las personas no tuvieran realmente el control de su propia salud.
El profesional de la salud adopta un rol predominantemente reproductor de aquellas condensaciones semánticas que envuelven los mandatos preventivos, transformándose en muchas ocasiones (y particularmente en las campañas preventivas) en un verdadero predicador de una verdad salubrista. Se alimenta un escenario que subraya el contraste entre una razón técnica y un albedrío que amerita ser orientado: las personas no saben lo que es bueno para su salud, mientras que las ciencias de la salud sí.
Hay una insistencia autoritaria de la cultura preventiva que no es ajena a la redundancia. Un ejemplo cercano es la agotada novedad en las campañas preventivas de drogas, donde el mensaje generalmente se puede resumir en que las personas no deben abusar de las drogas o el alcohol, porque por diversas razones esas acciones tienen una connotación negativa que se manifiesta en la salud.
De las apreciaciones expuestas se podría entonces reconocer tres características en la cultura preventiva y promocional de la salud: control, irrebatibilidad y autoritarismo. Probablemente, la segunda característica que apunta a la idea de lo irrebatible se deba dejar al margen por la simple razón de que alude al sustento científico, el cual se reactualiza y retroalimenta para beneficio de su precisión técnica, lo que instala en el profesional el requisito de recoger aquellas actualizaciones para afinar esa precisión, y en consecuencia reafirmar su discurso irrebatible. En ese sentido, esta característica apunta al contenido. Sin embargo, las otras dos características parecieran apuntar más bien al método, y sugieren que la prevención y promoción de la salud se arma de recursos de control y autoridad para impactar en las personas.
Cuando se aborda un fenómeno como el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas, pareciera volverse particularmente problemática la idea de prevenir o promocionar desde un enfoque basado en el control y la autoridad. La libertad de elección adquiere una condición de falsedad, pues realmente no existen opciones moralmente equitativas: “no consumas y harás el bien para tu salud o, por el contrario, consume, pero asumirás bajo tu responsabilidad las consecuencias dañinas”. Sumado a esto, la connotación perniciosa del consumo de sustancias siempre ha estado presente de cierta manera en el saber colectivo, pese a que se vea contrastada con algunas fuerzas discursivas populares en aumento, como las que apoyan el consumo de determinadas sustancias. Por lo tanto, las personas generalmente saben o tienen consciencia de que consumir alcohol, tabaco u otras drogas no es bueno para la salud, y aun así hay quienes deciden hacerlo. Nos encontramos entonces en una realidad en la que el éxito de la prevención y promoción pareciera no tratarse solamente de imperativos categóricos y datos informativos, porque difundir la idea de no consumir o informar sobre los daños asociados sencillamente no basta. ¿Qué es lo que falta?
Hay una diferencia entre la acción de prevenir y la de promover, pues mientras la primera centra un énfasis en los factores de riesgo, la otra lo hace en los determinantes de la salud. Uno se enfoca en la enfermedad, y el otro en la salubridad, como dos polos de una misma perspectiva. Pero ninguno pareciera diferenciarse mucho respecto del otro cuando se trata del método, porque el trasfondo sigue siendo el mismo: un saber que habla, pero no escucha. Por esta razón, el profesional debe traspasar con creces esa barrera, y reconocer ágilmente la diferencia entre valorizar el saber técnico para efecto de promulgación, y valorizarlo para efecto de una función crítica. Quizás sea clave para la prevención y su método.