Ante la abrumadora presencia de candidatos presidenciales que abundan en el escenario político nacional con variopintas credenciales para optar a la conducción del país, surge la interrogante sobre a imagen – objetivo que éstos tienen de nuestro futuro como nación. No me refiero a la consabida mirada macro y microeconómica de corto plazo a la que nos tiene acostumbrados(as) la élite política.
Mi inquietud va en el sentido de interrogarme acerca de qué mirada perspectiva con carácter positiva y estimulante permita gatillar procesos y lineamientos estratégicos que motiven e impulsen a la ciudadanía a configurar una sociedad mejor. Aquella vieja frase de Winston Churchill, hoy tiene más sentido que nunca: “si abrimos una disputa entre el pasado y presente, encontraremos que hemos perdido el futuro”.
El futuro no es tarea para improvisadores, y menos para aquellos(as) que creen que la realidad es invariante; es ante todo una tarea para aquellos/as que están dispuestos(as) a romper paradigmas y orientar sus acciones en procesos de construcción creativa de futuribles.
Por ello es tan importante, conocer no solo programas de gobierno de corto plazo. Las(os) interesadas(os) en gobernar nos deben seducir con propuestas que involucren en el ejercicio de su probable gobierno escenarios de desarrollo basados en la prospectiva. Toda vez que a ésta le interesa el futuro por tres razones: porque puede ser diferente al presente, porque puede hacer que sea diferente al presente y porque puede hacer que sea diferente a otros futuros posibles.
Hay consenso entre especialistas, que lo fundamental de la prospectiva no es imaginar el futuro sino contribuir a la identificación de alternativas frente a la situación del presente que se desea cambiar. Pensar con una visión de futuro es considerar que existe la posibilidad de cambio de las estructuras económicas, sociales y políticas. Esto, por cierto, supone candidat(as)os que se distingan por propuestas innovadoras y de alto consenso social. No está fácil conseguir esos estándares en estos días.
De hecho, un buen proyecto de gestión política de naturaleza prospectiva debe contener un marco teórico conceptual, lineamientos de política pública y un conjunto inteligente y creativo de modelos, escenarios e indicadores medibles y objetivables. ¿Nos están ofreciendo estos componentes tan fundamentales?, por ello es legítimo y urgente preguntarse: ¿cuáles son los escenarios que nos plantean en sus propuestas de gobierno?, ¿están pensando en fórmulas de desarrollo asociadas, por ejemplo, a la cuarta revolución industrial y/o a los efectos devastadores del cambio climático en nuestras vidas?, ¿o son programas anclados solo en temas /problemas del siglo XX? y ¿son programas sustentados en certezas irrebatibles o asumen que la incertidumbre y riesgo es la constante de los tiempos actuales y venideros?
Lo que sabemos es que cualquier oferta programática no puede estar de espalda a las tendencias del futuro y a lo que está esperando la ciudadanía. Respecto a esto último, la aguda mirada del destacado intelectual Pierre Rosanvallon, el cual nos sitúa en un punto de mira cuando afirma que “hay que tener presente que la representación y mediación partido está llegando a su fin histórico porque desaparecen crecientemente en el mundo actual las condiciones en que fueron creados”.
Seguir entendiendo la sociedad sobre ciertas premisas que le dieron sentido en el pasado, es simplemente ignorar la complejidad asociada a sociedades que han logrado niveles de diferenciación y complejización que han ido superando por la fuerza de los cambios sociales los viejos paradigmas de la política y, por cierto, de la forma como el individuo construye sus propias biografías en el mundo y sus nuevas formas de elección pública.
Evidencia Columna El Llanquihue 19/08/2021