Si bien se sabe que los votos son de las personas y éstos no pertenecen a los partidos y conglomerados políticos, los porcentajes de la última elección presidencial provocaron una serie de especulaciones respecto a cuál debería ser la decisión del Frente Amplio en lo que respecta a la posibilidad de apoyar decididamente a Alejandro Guillier en el balotaje. A su vez, y en función de aquello, también se especuló cuáles serían los efectos que esta decisión traería al Frente Amplio de cara a lo que será su futuro en próximos escenarios electorales.
Con esa última interrogante en mente, la Mesa Central del Frente Amplio señaló su decisión de no apoyar abiertamente al candidato oficialista. Ante esto, hoy se puede señalar que el conglomerado adoptó esa postura a fin de no hipotecar su actual posición de poder; la que consiguiera a partir de la alta votación que obtuvo en las últimas elecciones y que se explica por haberse configurado –especialmente durante la época de la campaña electoral– como un movimiento claramente opositor a las dos alternativas políticas que hoy luchan por llegar a La Moneda.
El Frente Amplio –conocedor que su actual peso político es circunstancial y que sus apoyos responden no al posicionamiento de una ideología propia, sino al cansancio y desconfianza que buena parte de la ciudadanía siente respecto a los grandes conglomerados políticos– buscó con su decisión no sólo evidenciar una coherencia que le permitiese identificarse como un colectivo que no está dispuesto a transar en sus ideas fuerzas, sino que también buscó configurarse como un conglomerado con aspiraciones electorales futuras al evidenciarse como un opositor al modelo político que ofrecen las candidaturas de Guillier y Piñera.
No obstante, la decisión de la Mesa Central del Frente Amplio de llamar a votar el próximo 17 de diciembre, no apoyando abiertamente a Guillier y evidenciando su oposición expresa a Piñera demuestra que el conglomerado tiene un discurso poco riguroso que no se sustenta en una ideología, lo que le configura como un movimiento político hipócrita que instrumentaliza la esperada neutralidad que ha de tener un colectivo que se presenta como opositor a las figuras e ideologías que están representadas en el balotaje.