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El diagnóstico social para la nueva Constitución

18 enero 2017 | Por Gabriela Quintana R.

Carta al Director escrita por: Pedro Díaz Polanco, Director Escuela Administración Pública, Universidad Austral de Chile

La forma en la que se implementó la participación ciudadana en lo que fue el proyecto de materialización de una nueva Constitución tuvo serios y justificados cuestionamientos respecto a su legitimidad. Lo anterior, en virtud de lo instrumental que fue, en algunos casos, la forma en la que se implementó los distintos encuentros locales, cabildos provinciales y regionales, y, especialmente, por la escasa meritocracia que se evidenció a la hora de seleccionar a los distintos coordinadores regionales del proceso. No obstante, a estos importantes vicios, el producto sistematizado por el Consejo de Observadores dio cuenta de una serie de propuestas que actualmente se conciben como transversales y como parte de un diagnóstico conocido y muy necesario a la hora de implementar una nueva Carta Magna, abriendo un interesante debate sobre un punto en cuestión: la conformación de nuestro poder legislativo.

A saber: Las conclusiones sistematizadas arrojaron que la democracia es “el único sistema de gobierno válido” para nuestra sociedad y debe ser el que garantice la adecuada y constante participación de la ciudadanía a través de plebiscitos y referéndums vinculantes. También se infiere que la exigencia de renovación de las figuras políticas y la necesaria limitación a la reelección de cargos públicos son factores concebidos como modernización de nuestra democracia. A mi entender, tampoco hay sorpresa en la exigencia de subordinación de las Fuerzas Armadas al poder civil, ni en la eliminación de la mayoría de los privilegios que las FF.AA. gozan y que le diferencian del resto de la sociedad.

Otro concepto esbozado y que tampoco marcan sorpresa, se relaciona con la implementación de acciones que materialicen una efectiva descentralización, en donde la administración funcional del Estado –a nivel nacional, regional, provincial y comunal– contemple, además de una distribución equitativa de los recursos, el respeto a la realidad de cada uno de estos territorios y de su respectiva diversidad identitaria, así como de sus propios potenciales de desarrollo.

Otra de las conclusiones poco sorprendente fue la necesidad de implementar y evidenciar una justicia que sea igualitaria, proba, inclusiva y no diferenciada; lo que hoy se observa como una deuda relevante de nuestro sistema, especialmente ante los casos de corrupción y cohecho que han afectado a varios integrantes de nuestra clase política. No obstante, algo rescatable y novedoso es la identificación de algunos elementos que demuestran a la igualdad como factor en la construcción societal. Así, el clamor de vivir en un sistema que garantice derechos y oportunidades, el acceso igualitario a la justicia, a la equidad de género, a la previsión, y, sobre todo, a vivir bajo un modelo en el que el respeto a los Derechos Humanos sea el pilar de la convivencia social y encuadre la relación entre el Estado y las personas, y el Estado y el resto del sistema internacional, alcanza especial relevancia a la hora de determinar el papel que jugarán los derechos colectivos en nuestro sistema jurídico.

También en esta sistematización, y en la lógica de los derechos colectivos, se evidenció con especial importancia la necesidad de constitucionalizar el respeto y la conservación del Medio Ambiente a través de políticas públicas que garanticen no sólo la adecuada sustentabilidad, sino que también considere la nacionalización de nuestros recursos naturales como factor limitador del mercado.

Pero sin lugar a dudas, la iniciativa que mayor debate generará será la modificación a la configuración de nuestro poder legislativo. La sistematización determinó una necesidad de cambiar el formato bicameral de nuestro parlamento a uno de tipo unicameral, dejando en una sola entidad las responsabilidades de legislación y fiscalización.

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