La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) proyecta un descenso en el crecimiento económico para la región, como consecuencia de la guerra en Ucrania y los efectos derivados de la pandemia. En su informe “Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe 2022” se indica que el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) para la región fue de 3,7 en el año 2022, sin embargo, se proyecta para el 2023 un crecimiento de 1,3. En lo que concierne a Chile las perspectivas económicas son menos alentadoras.
El primer estudio realizado el año 2020 para estimar el Trabajo Doméstico No Remunerado (TDNR), indicó que las actividades de no mercado vinculadas al cuidado correspondían a un 25,6% del PIB ampliado en Chile. En este esfuerzo por determinar el TDNR, cobra relevancia su incorporación en la medición de la producción de los servicios de cuidado que se realizan en los hogares para el desarrollo de la vida cotidiana, de esta forma se revelan los desafíos socioeconómicos venideros.
Considerando lo expuesto en relación al contexto socioeconómico, el cuidado doméstico se posiciona como un pilar fundamental para dar soporte en épocas de crisis financiera como las que se proyectan, dada la labor social que implica. Por consiguiente, la incapacidad de los hogares para acceder al trabajo de cuidado remunerado, en un modelo de organización administrativa subsidiaria y basada en la familia; requiere de estrategias y dinámicas de cuidado que nazcan de una serie de relaciones y deberes impuestas o asumidas por un familiar, vecinos, amigos, generalmente del género femenino que sin remuneración asume el cuidado de la persona que lo requiere, constituyendo con ella una relación de dependencia.
El cuidador informal habitualmente no cuenta con formación específica para el cuidado, predominantemente es femenino y lo hace de manera singular, prácticamente como único cuidador. La literatura caracteriza al cuidador como una mujer madura, casada, con bajo nivel de formación académica, con escaso ingreso económico y sin trabajo externo o remunerado, quién convive con el sujeto dependiente, además cumple con diferentes roles familiares: de hija, cónyuge, madre, nieta, sobrina, hija política, entre otros. Las motivaciones para el cuidado pueden ser variadas y ambivalentes, impulsadas por factores internos como la intención de prestar ayudar, por necesidad de adquirir conocimiento, por autoestima, pasión, compromiso, legado, honor, venganza y miedo. Las motivaciones externas pueden estar vinculadas al poder, amor, reto, apoyo, libertad, reconocimiento, recompensa, reputación, compromiso, aceptación, legado familiar. A esto se suman interferencias como catalizadores que generan o intensifican acciones, sentimientos y emociones como: la tristeza, desconfianza, soberbia, envidia, apego, miedo, celos, prioridades y postergaciones.
El rol de cuidar no es inocuo, ya que existe un riesgo alto de desarrollar el fenómeno de sobrecarga, debido al prolongado tiempo de dedicación que debe ser destinado para el cuidado, tal situación limita los espacios para el ocio, recreación y socialización, además se evidencia un aumento de las labores domésticas propias del cuidado de personas dependientes, por otro lado deben responder a las exigencias económicas, siendo proveedores familiares encargados de satisfacer las necesidades de las personas que cuida, convirtiéndose en gestores de ayudas sociales que permitan aportar al sustento familiar para brindar un cuidado digno. En consecuencia el cuidador se encuentra expuesto y exigido constantemente, por lo tanto, es necesario reflexionar sobre las implicancias del cuidado informal en la calidad de vida de las personas que entregan y reciben el cuidado.
En este sentido, el rol del Estado se materializa de acuerdo a la Ley de Presupuestos para el sector público 2023, que plantea en su eje de Protección Social avanzar hacia un Sistema Nacional de Cuidados, considerando un incremento de 8,5% en comparación con el año 2022, para fortalecer estrategias institucionales que pueden ser entendidas como relevo para el cuidado, como es el caso del programa de Centros Diurnos del Adulto Mayor y Establecimientos de Larga Estadía para personas mayores. Si bien se observa un esfuerzo del Estado por mejorar en la provisión del cuidados para este grupo etario, se hace necesario agenciar su tránsito desde la burocratización hacia la flexibilización y agilización de los servicios en la prestación de los cuidados por parte de las instituciones y su contribución al cambio de contrato social de los cuidados.