Irak juega un papel clave en la tensión que existe entre EE.UU. e Irán. Lo anterior, en virtud que Washington realiza acciones en Irak a fin de afectar y condicionar al Estado persa. En ese sentido, y para saber qué es lo que está sucediendo entre Irán y EE.UU. es importante comprender la configuración política, religiosa y étnica de Irak, y como éstas están afectando a los intereses de Washington. Desde el punto de vista religioso, la población musulmana de Irak está dividida, un 60% es chií y el otro 40% es sunní. En lo étnico, Irak es mayoritariamente árabe pero cuenta con un 16% de su población kurda.
Atendiendo a estos porcentajes, hay que saber que bajo el régimen de Saddam Hussein el dominio político y militar de Irak recayó en la minoría sunní, postergándose el desarrollo y los derechos de la mayoría chií y del colectivo kurdo. De hecho, la dictadura de Hussein no sólo limitó el empoderamiento político de los chiíes y de los kurdos, sino también buscó aminorar su población a través de asesinatos masivos y el uso de armas químicas; acciones que llevaron a que Irán –Estado mayoritariamente chií– volviera a calificar a Irak como un enemigo.
La captura y muerte de Hussein el 2006 reconfiguró la realidad política de Irak y de la región, lo que se ejemplificó con la instalación de gobiernos de transición plurales –que luego recayeron en representantes chiíes– y el acercamiento político de Bagdad con Teherán.
En ese contexto, la minoría sunní de Irak evidenció temor respecto a la nueva realidad política. Lo anterior, a partir de las represalias que recibirían en función de su sistemática omisión respecto a las violaciones a los derechos humanos que sufrieron las poblaciones chiíes y kurdas en la época de Hussein. En razón de este temor, resurgieron y emergieron milicias sunníes que buscaban derrocar la naciente “amenaza” chií. A su vez, y ante el aumento de la tensión entre los dos principales colectivos musulmanes del país, los kurdos potenciaron sus ambiciones de autodeterminación sobre la región noreste de Irak.
En función de todo ello, y a partir del fracaso que significó la instalación de gobiernos de transición con liderazgos plurales, Washington –y con los objetivos de salir militarmente de Bagdad y evitar el empoderamiento en la región de Irán– esbozó la idea que se debía “estabilizar” a Irak a partir de una reconfiguración de su territorio.
Todo este proyecto “pacificador” se complicó con la guerra civil en Siria y, especialmente, con el apoyo militar que Teherán brindó a los grupos chiíes que defendían al régimen de Bashar al-Assad, quien –de paso– es aliado de Rusia. En ese mismo contexto, y ya con el ejercicio pleno del poder estatal, el gobierno chií de Irak –y después de la retirada de EE.UU. el 2011– apoyó y potenció a estos grupos chiíes, no sólo en lo que respecta a la lucha contra grupos sunníes y kurdos, sino también en lo que concierne a la situación en Siria.
De este modo, y de manera tácita, se empezó a configurar una alianza entre Teherán y Bagdad, lo que –en esencia– no sólo minimiza la posibilidad de “estabilizar” Irak a partir de una división territorial, sino también potencia las ambiciones nucleares de Irán y fortalece las posibilidades de Bashar al-Assad de mantenerse en el poder, lo que perpetúa –de paso– los intereses rusos en el mediterráneo y en la región. Todas, son consecuencias que son amenazas a los intereses de Washington y que ayudan a explicar las razones por las que las acciones norteamericanas en contra de Irán se desarrollan actualmente en Irak.