En los laboratorios del Instituto de Acuicultura de la UACh en Puerto Montt se están alcanzando importantes hitos que permitirán producir o repoblar un recurso altamente apetecido en el mercado nacional e internacional.
A nivel mundial, solo un grupo reducido de científicos ha logrado completar el ciclo de moluscos cefalópodos octopodiformes, especies conocidas comúnmente como pulpos. Estos logros son tan relevantes como esporádicos por lo que, cuando son alcanzados, reciben gran difusión por parte de los medios especializados. Las razones son las diversas complicaciones que presentan sus cultivos desde la misma etapa de la fecundación.
Y si bien las capturas globales de estos moluscos se han mantenido relativamente estables en los últimos años, en torno a las 350.000 toneladas o un 5% de las pesquerías globales, se estima que esto podría cambiar en cualquier momento debido a la corta vida que tienen estas especies, a que solo se reproducen una sola vez en la vida, a la sobreexplotación de los bancos naturales en los países más consumidores de pulpo, y a los potenciales efectos negativos que traería aparejado para estas especies, la mayor temperatura que están alcanzando los océanos del mundo.
En este escenario, desde 2007 que Chile informa de capturas que oscilan entre las 1.200 y las 3.600 toneladas. En 2016, el desembarque alcanzó un volumen de 3.200 toneladas de pulpos, que incluye las especies: pulpo del Norte o de Los Changos (Octopus mimus) y pulpo del sur o pulpo rojo Patagónico (Enteroctopus megalocyathus). Ese mismo año, se contabilizaron exportaciones por 1.562 toneladas, equivalentes a retornos por US$7,5 millones y a un precio promedio de US$4.863 la tonelada. El único formato de envío fue congelado y, aunque se contabilizaron 15 países de destino, el 80% de los volúmenes se concentraron en España, Portugal y Vietnam.
Cultivos
Por su alta demanda, y para cuidar la existencia futura de este recurso, es que investigadores de varios países están intentando cultivar algunas de sus especies. España es uno de los más avanzados ya que, hace casi 30 años que lograron cerrar el ciclo productivo de la especie Octopus vulgaris. No obstante, las altas mortalidades que se presentaban durante la etapa de paralarvas hacían casi impensable su escalamiento industrial.
Hoy, iniciativas españolas como Octowelf, que es coordinada por el Instituto Español de Oceanografía (IEO) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas CSIC), han permitido seguir investigando y elevar la sobrevivencia de las paralarvas a un 75% en los 65 días post-eclosión, además de avanzar en el desarrollo de dietas específicas para estos moluscos.
Más recientemente, se conoció que la Nippon Suisan Kaisha (Nissui) también está incursionando en el cultivo de pulpos, confirmando la obtención de 140.000 huevos fertilizados, los que son mantenidos en sistemas artificiales de incubación. Más allá del logro puntual, se sabe que esta compañía se autoimpuso iniciar la comercialización de pulpos de cultivo de aquí al 2020.
Se puede destacar que casi todas estas experiencias se basan en el libro Cephalopod Culture editado en el año 2014, el que considera conocimientos acumulados durante décadas, por 50 investigadores –de cuatro continentes– especializados en el cultivo de estos moluscos.
El libro, de 26 capítulos y 494 páginas, proporciona abundante información sobre las limitaciones y cuellos de botella existentes en el proceso de cultivo.
Los capítulos denominados: Enteroctopus megacyathus, de 18 páginas; y Robsonella fontaniana, de ocho páginas, fueron escritos por los investigadores y académicos de la Universidad Austral de Chile (UACh), Iker Uriarte y Ana Farías. Ellos cuentan además con un equipo de investigadores con nivel de doctorado que mantienen cientos de ejemplares –en diferentes estadios– en el Hatchery de Invertebrados Marinos perteneciente al Instituto de Acuicultura de la Sede Puerto Montt, ubicado en Puerto Montt, en el Balneario Pelluco (región de Los Lagos).
Desarrollos en Chile
“Llevamos trabajando más de diez años en pulpos, pero son recursos difíciles de manejar, sino en muchos criaderos del mundo ya los estaría produciendo”, reconoce de entrada el PhD. Iker Uriarte, uno de los investigadores que más ha avanzado en su producción en Chile.
Si bien su intención inicial era producir el pulpo rojo Patagónico, sus primeros logros fueron conseguidos en 2007 en la especie R. fontaniana, el pulpito, cuando logró obtener las primeras paralarvas de 4 mm de largo y juveniles de 2 gramos. Al poco tiempo, él y su equipo insistieron en su idea original: conseguir juveniles en la especie E.megalocyathus.
“Volvimos a postular a otro proyecto, lo que significó capturar reproductores desde el medio y mantenerlos en sistemas de cultivo para su reproducción”, comenta Uriarte, agregando que el primer desafío que enfrentaron se relacionó con la elevada producción de amonio de los ejemplares, dado que “tienen altos requerimientos de proteínas”. Para ello, tuvimos que instalar filtros de lecho profundo que permitieran retener desde el cultivo, el compuesto químico”.
La siguiente etapa en la que trabajaron fue la reproducción. Luego de muchos intentos fallidos, así como de paciente observación, junto a uno de los estudiantes que realizaba su tesis doctoral en pulpo rojo Patagónico lograron identificar los procesos de cortejo y fecundación. Por otra parte, una vez lograda la fecundación la hembra produce un promedio de 3.500 huevos. Los va fijando, en racimos en las paredes de sus “guaridas”, detalla el investigador, quien destaca que pudieron elevar la sobrevivencia de los huevos a través de la eliminación de bacterias filamentosas que se adherían al corion o paredes de los huevos, obstruyendo sus poros e impidiendo el normal intercambio de oxígeno con el ambiente acuático. Luego de 180 días, comienzan las primeras eclosiones de paralarvas de un centímetro de longitud y listas para “cazar” sus primeras presas – en este caso– artemias enriquecidas. Su sistema de camuflaje (cromatóforos) ya está en pleno funcionamiento.
En esta fase paralarvaria, la conducta de los ejemplares es planctónica, es decir, se desplazan en la columna de agua de mar. Entre los 70 y 114 días aproximadamente, pasan a la fase bentónica, y comienzan a adherirse a las paredes y al fondo de los estanques “lo que es una buena señal”, destaca el investigador de la UACh. Para capturar su alimento, las paralarvas se desprenden, y vuelven a adherirse a las paredes.
Juveniles
A los 114 días de la etapa paralarvaria, los pulpos sufren una nueva transformación. Se convierten en juveniles tempranos de casi tres centímetros de largo que prefieren mantenerse en guaridas o pequeñas cuevas. Dependiendo de la temperatura y con casi un año desde su concepción, los pulpos comienzan a crecer exponencialmente. Casi un gramo por día.
“Luego de cinco años de cultivos exitosos, llegamos a contar actualmente con unos 100 ejemplares de entre 300 y 400 gramos y hemos logrado acortar el periodo de cultivo en dos meses”, dice con orgullo Uriarte, ya que la apuesta ha debido sobrepasar varios desafíos. “Obviamente que utilizamos los avances obtenidos por otros grupos de investigadores que trabajan en otras especies, lo que nos ha servido de referencia, pero cada especie tiene sus propias particularidades.
Con las dietas actuales, en la fase de engorda, después de los 400 g, se alimentan de jaibas, así los pulpos que crecen en los laboratorios de la UACh han alcanzado la talla de 2,5 kilos en dos años y medio. También, se han realizado experimentos aplicando dietas formuladas en colaboración con estudiantes de doctorado extranjeros. La nueva meta es aumentar la sobrevivencia y crecimiento de las paralarvas, reduciendo aún más el tiempo de cultivo para alcanzar un mayor número de ejemplares juveniles capaces de iniciar la engorda y sustituir el alimento natural por un alimento formulado y sostenible.
Plan de negocios
Desde huevo a los 100 gramos, solo el 0,14% de los pulpos logra sobrevivir. El rendimiento todavía puede ser considerado bajo, pero los investigadores de la UACh están trabajando para elevar la cifra a un 5%, ya que, “según nuestras estimaciones, ahí comenzamos a ver números azules.
Paralelamente, se avanza en el modelo de negocio para la transferencia de este recurso. Una alternativa es entregar juveniles a pescadores artesanales para que, en sus áreas de manejo, los puedan engordar y vender. En este caso, la alimentación se basaría inicialmente en los descartes y/o desechos de la pesquería que realizan los mismos pescadores artesanales.
Para interesar a empresas que adquieran el know how y ellas mismas realicen el ciclo productivo en hatcheries y en instalaciones marinas, antes “debemos mejorar el desarrollo de dietas formuladas, así como proponer un plan de selección genética que, permita seleccionar aquellas características que aceleren el desarrollo de las etapas más extensas”, puntualiza Uriarte. Este año, el grupo de científicos realizaron el primer estudio transcriptómico en las paralarvas de 90 días de edad (después de la eclosión) para comprender qué genes están implicados en los procesos de crecimiento y en la obtención de energía bajo diferentes condiciones de cultivo.
De todas formas, se expone que hoy se cuenta con las tecnologías y conocimientos para producir pulpo rojo Patagónico, y que uno de los mayores desafíos es reducir los costos de producción. “Estoy convencido de este recurso. Hemos repetido el ciclo durante cinco años consecutivos y en cuatro de ellos hemos alcanzado la fase adulta. Claro, con pocos ejemplares, pero estamos muy motivados para seguir avanzando”, asevera Iker Uriarte.
Y lo anterior no parece solo un sueño. Las instalaciones que posee el Instituto de Acuicultura de la UACh, sede Puerto Montt son experimentales y se evita el uso de químicos, como los antibióticos. A su vez, el agua de mar que ingresa a sus estanques solo pasa por un filtro de 30 micras y un sistema germicida o UV.
Por ello, es que Iker Uriarte se aventura a decir que: “podremos estar viendo la luz al final del túnel y que nos permita pensar que pronto vamos a tener un salmón y pulpo de cultivo en el mismo plato”.