Las relaciones entre EE.UU. y China han estado tensas en los últimos años. Algunos de los motivos que explican esta tensión se han debido a factores comerciales, desconfianzas asociadas a acusaciones de espionajes, hasta aquellas que le imputaron a Pekín responsabilidad por la pandemia.
La tensión ha llegado a significar el cierre de algunos Consulados.
Es por ello que la visita de un alto personero político norteamericano a Taiwán es considerada una provocación para el gobierno de Xi Jinping. Lo anterior, en función que los apoyos de Washington a Taipéi siempre se hicieron en un cuidadoso juego geopolítico, lo que llevó a que las relaciones diplomáticas y políticas con el gigante asiático no se vieran gravemente afectadas.
De hecho, y a fin de evitar problemas asociadas al reconocimiento internacional, Washington no visitaba la isla desde 1979.
Pues bien, en este nuevo contexto, la visita norteamericana, y más allá de los motivos que la originan, es vista como una advertencia a China respecto a su comportamiento hacia Taiwán. Esto es así, ya que, en la visión de Taipéi, Pekín -en los últimos meses- ha fortalecido su presencia militar en la zona de defensa aérea taiwanesa y ha potenciado su discurso en torno a la necesidad de recuperar la soberanía de la isla.
Ante esto, y en una jugada que busca tributar a su campaña electoral, Donald Trump ha querido posicionar su liderazgo en materia de política exterior, yendo en contra de un tema sensible para China. Para lograr esto, ha anunciado no sólo acuerdos y colaboración militar, sino también seguir apoyando las intenciones independentistas de Taiwán y sus aspiraciones para alcanzar la membresía en organismos internacionales.