En los estudios sobre la soledad en la tercera edad pareciera que hay cierto consenso que se expresa en la frase “no es lo mismo estar solo que sentirse solo”. Esta afirmación es importante ya que, por lo general, se tiende a confundir la soledad con el aislamiento social y en un continuum del análisis con las situaciones de abandono.
Sobre el particular, investigaciones recientes (p.ej. Lorente, 2017, Tzouvaras, 2015) hacen distinciones entre la soledad (loneliness) entendida como experiencia negativa donde el individuo presenta carencias en sus relaciones sociales, tanto por no tenerlas o bien las que tiene no le dan los soportes emocionales que requiere. Lo que provoca que la persona mayor experimenta y siente soledad. Por su parte el aislamiento social, se refiere al hecho real y objetivo de estar sin compañía ni contar con apoyo de redes de amistad ni familiares. Este punto es interesante de destacar, porque en una situación de aislamiento social el efecto emocional tendrá efectos diferentes la persona mayor dependiendo de la capacidad de elección que tiene sobre si elegí estar solo (aloneness) o lisa y llanamente su aislamiento (loneliness)se asocia a la perdida de redes por el paso del tiempo o por un explícito abandono generado por sus redes familiares y entorno afectivo. Ambas situaciones son muy distintas al tipo de soledad que se elige como forma de crecimiento personal y que se valora positivamente.
Por tanto, si bien la soledad se puede asociar a una suerte de emoción no puede desprenderse de un contexto societal. Y ciertamente, su abordamiento – en cuando desarrollo de mecanismo de intervención social en torno a las personas mayores – requiere de un procesamiento probablemente más complejo de lo que hasta hoy podemos observar para, por ejemplo, hacer más efectivas las políticas y programas públicos hacia la población que envejece y hacia la que ya está envejecida en el país y la región.
Aunque parezca un sitio común decirlo, las personas mayores son sujetos de derechos que no solo deben ser declarados, es fundamental que éstos derechos se expliciten en políticas sociales integrales y descentralizadas, y es también fundamental configurar una semántica nueva en la sociedad que nos aleje de aquellos argumentos que tienden a infantilizarlos; como expresan algunos autores ese discurso también representa una forma de maltrato.
La soledad por abandono de los adultos mayores es una realidad cruda y vergonzosa que existe en el país, fenómenos que se trata de dar invisibilidad en la cotidianeidad de nuestras vidas. Pero que los estudios y cifras sobre el particular nos señalan la gravedad de la situación que se hace más elocuente en la medida que penetramos en la estructura de desigualdad de los territorios.
Por ejemplo, en base a los datos de la Encuesta de Caracterización socioeconómica Nacional (CASEN,2017) en la Región de Los Lagos existen 10.017 adultos y personas mayores, distribuidos en 8.618 hogares, con discapacidades, con dependencia, que viven solos o que están institucionalizados y que pertenecen al 40 % más pobre. Si hay un problema social como este, es de toda urgencia un compromiso regional que las políticas y programas regionales y, la sociedad en su conjunto, lo aborden con oportunidad y efectividad.