Transcurridos varios meses de pandemia constatamos sus consecuencias en materia educativa y como es sabido que la vulnerabilidad socioeconómica se concentra en el sector público, es posible reflexionar acerca de la pedagogía y del profesorado que la concretiza, en este contexto.
Escuelas y liceos han asumido su quehacer, conscientes de la inequidad en el derecho a una educación de calidad y han mostrado su enorme capacidad de adaptación, relevado su inherente autonomía y considerado su rol en su dimensión territorial, aspectos subyugados por una educación centrada en la rendición de cuentas, el centralismo y la pedagogía gestionaría, como lo ha dejado entrever la tardía suspensión del SIMCE o el comunicado del MINEDUC solicitando evidencias del trabajo realizado. La institución escolar, incluso ahora, debe resistir el embate de lógicas neoliberales y la tecnocracia, afirma el pedagogo crítico Henry Giroux.
Así, han florecido una vez más – y con fuerza- la función social del profesorado y la vocación como sentimientos cristalizados en múltiples estrategias innovadoras, que refuerzan su compromiso y promueven nuevas visiones para la pedagogía: la profesora que recorre el territorio colgando material pedagógico en los árboles, la docente que realiza su labor en la radio del pueblo y la comunidad que implementa el aula móvil, son evidencias de la capacidad de agencia de los profesores y profesoras, cuyos entornos sufren las consecuencias de un sistema que contribuye a la reproducción de un orden social injusto.
Si entendemos la agencia, de acuerdo con Zygmunt Bauman, como la capacidad de influir sobre las circunstancias de la propia vida y formular el significado del bien común mediante un poder colectivo y aceptamos que el futuro postpandemia es incierto, se precisa que el profesorado se posicione como protagonista de una necesaria transformación, con conciencia que es en la escuela donde esta capacidad puede producir una sociedad nueva.
Hacia adelante, el profesorado tiene la oportunidad -es necesario comenzar a pensarlo- de movilizar sus recursos y disposiciones como lo han estado realizando estos meses, reinterpretando sus potencialidades y saberes hacia un nuevo paradigma que problematice su acción con base en la reflexión crítica, levantando la mirada hacia una pedagogía donde la dignificación de la vida y el empoderamiento social sean medios y fines, como imperativos éticos para relacionarse con los estudiantes y donde la educación en derechos humanos, para el cambio climático y para la sustentabilidad sea el motor de la priorización y recontextualización curricular. El desafío es grande, el desafío es posible.