Recientemente la comunidad internacional ha reaccionado con sorpresa y temor ante la detonación de Corea del Norte de una bomba de Hidrógeno como parte de sus pruebas y ensayos nucleares. Esta acción, y que desoye a resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que prohibían al régimen norcoreano a seguir con su plan nuclear, ha sido asumida como una amenaza a la seguridad internacional en función de lo inestable que es una zona que tiene a las dos Coreas en una guerra dormida por una tregua que está vigente desde 1953.
No obstante, resulta importante señalar que la capacidad nuclear norcoreana y la detonación de una bomba de hidrógeno no puede causar asombro a la comunidad internacional. Esto es así, ya que los actores del sistema internacional sabían que Pyongyang, y a pesar de la prohibición internacional de la década pasada, había dado pruebas suficientes para demostrar que no estaba dispuesta a renunciar a su nuclearización. De hecho, y tras la expulsión de los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica el 2002, y tras recibir sanciones económicas por parte del Consejo de Seguridad, Corea del Norte siguió con la investigación y el desarrollo del arma nuclear al punto de anunciar el 2014 la finalización de la construcción de una serie de túneles horizontales a fin de replicar los exitosos ensayos nucleares subterráneos del 2006 y el 2009. También se sabía que el régimen norcoreano había avanzado en la miniaturización de las ojivas nucleares y en la tecnología necesaria para desarrollar misiles de largo alcance e intercontinentales, demostrando con ello una decidida política de consecución de autonomía en materia de seguridad y defensa. Lo anterior, en virtud que la nuclearización de Corea del Norte implicaba la independencia de la protección que China le ha brindado desde 1961 –y que está vigente hasta el 2021–y que se materializada tras la firma del Tratado de Cooperación de Ayuda Mutua y Cooperación, y por el que ambas partes se obligan a ofrecerse asistencia militar en forma inmediata en caso de un ataque externo.
En resumen, era muy conocida la intención de Corea del Norte de convertirse en una potencia nuclear de facto y así posicionarse como un actor internacional capaz de no someterse a la dinámica de sistema que lidera Washington. Así entonces, y si ya se sabía lo importante que era para Corea del Norte conseguir su desarrollo nuclear, y se sabía lo desestabilizador que puede llegar a ser para el sistema internacional tener un nuevo actor nuclear, ¿por qué razón no se adoptaron acciones eficaces para frenar al régimen de Kim Jong-un? La respuesta la encontramos en el derecho a veto que tienen los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; instrumento que además de ineficiente es un factor de poder para las potencias que lo ostentan.
Así entonces, la actual crisis nuclear es responsabilidad del egoísmo de las potencias del Consejo de Seguridad, quienes no han estado dispuestos a modernizar La Carta de Naciones Unidas y a condicionar o modificar su derecho a veto en aras de democratizar la seguridad del sistema internacional.