Sin duda, la emergencia sanitaria que enfrentamos, por causa de la expansión del COVID-19, hace necesario poner la atención en la forma cómo, desde lo sanitario, se implementan las mejores medidas para sobrellevar la pandemia, que ha dejado estragos en todo el planeta y que se espera no haga lo mismo en nuestro país. Nuestro sistema sanitario está enfrentando su más grande desafío, el de procurar la atención de miles de compatriotas que están demandando sus servicios por estos días.
Pero lo sanitario no es todo; esta pandemia está poniendo a prueba todos los sistemas, más o menos estables, con los que cuenta el país y ha hecho tambalear nuestras certezas más profundas como ciudadanos y habitantes de un espacio que evidencia una serie de desigualdades y limitaciones para un grupo importante de la población.
La suspensión de miles de fuentes laborales, la incertidumbre de que si, “cuando pase esto”, habrá trabajo o no y la cesantía real de muchas/os jefas/es de hogar comienzan a configurar el renacimiento de otra pandemia: la de la pobreza. Siempre ha existido, siempre ha estado presente en la preocupación pública, con políticas sociales cuestionables o no, siempre nos ha acompañado de manera visible a veces, y otras, sumergida en la profundidad de un mundo popular que se ha visto obligado a sobrevivir en ella.
Las consecuencias económicas y sociales son evidentes, se pueden ver en el día a día de los hogares que se debaten entre cumplir con las medidas impuestas de confinamiento y la necesidad de buscar alternativas de sustento, que, si ya era difícil encontrarlas antes, hoy se vuelven un desafío mayor. A este desafío, desafortunadamente, se irán sumando cada día más personas y hogares y por lo cual las cifras de pobreza en el país se elevarán, llegando, según estimaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, en el escenario más optimista, a un 11.9% en nuestro país en los próximos meses. Esto nos obligará a mirar la pobreza real, la que está a nuestro lado y la que pone en discusión la necesidad urgente de encontrar alternativas pertinentes y eficientes para gestionar las soluciones a las diversas demandas que surgirán desde los sectores más vulnerables.
Volveremos a hablar de pobreza, de esa pobreza que han vivido más de un millón de chilenos por muchos años y generaciones, a la que se sumarán aquellos que han estado permanentemente en el límite de ella y que hoy se ven enfrentados a una dinámica social y económica que los empuja a una condición precaria, de vulnerabilidad y desamparo, producto de la pérdida de su estabilidad socioeconómica, que aunque haya estado sustentada en ingresos mínimos, les permitía tener la seguridad de que contaban con ellos. Entonces, la pregunta es si el país está preparado para esta otra pandemia; para atender al sinnúmero de afectados que buscarán la forma de recuperarse, en el menor plazo posible, y para lo cual necesitarán de apoyos efectivos y sostenibles, que aseguren una reconstrucción social real.