Muchas personas se deben preguntar qué hacen los arqueólogos y arqueólogas, dónde estudian, en qué trabajan, incluso si es una profesión o un pasatiempo. Parte de esas dudas se originan en ficciones televisivas y cinematográficas, que torna en difuso un fascinante y laborioso trabajo científico e intelectual.
Cierto es que, entre los orígenes míticos y el presente, se interpone un nutrido imaginario de héroes y buscadores de tesoros, muy lejos de una disciplina ampliamente diversa en términos de género y edad, regulada por estándares internacionales y una ley de monumentos nacionales vigente desde 1970 y cuyos inicios se remontan a 1925.
Los/as arqueólogos/as chilenos/as estudian el pasado a través de la cultura material, pero hacen mucho más que eso. Buscan explicar cómo vivían nuestros antepasados y cuáles pudieron ser los significados de las formas de habitar las distintas regiones y qué pueblos participaron en esta historia milenaria.
Debido a que se desempeñan en instituciones de educación superior, museos, municipalidades, ministerios y empresas privadas, inciden en ámbitos cada vez más relevantes de las políticas públicas, en la divulgación de sus estudios; aportan criterios éticos y técnicos relativos a la gestión, prevención y amenazas que afectan a diario el patrimonio arqueológico de comunidades y regiones completas.
Sin ir más lejos, la arqueología chilena está preocupada por los efectos del rally Dakar en Bolivia, Perú y Argentina, así como los serios daños y destrucción de sitios arqueológicos ocasionados en el desierto de Atacama. Busca mejorar sus protocolos de relación con las comunidades rurales, urbanas, indígenas, del mismo modo que excavando y describiendo sistemáticamente sitios de tortura, hospitales, patios de casas, recaba información material y contextual invaluable sobre los grupos no representados en los museos y aquellos opacados u omitidos en las historias oficiales. Con la misma fuerza, dedica su atención al estudio de las elites cusqueñas en el siglo XV, los pescadores del litoral desértico, las bandas de cazadores y canoeros de los bosques y mares australes, como al tráfico de mercancías generado por los comerciantes avecindados en Valparaíso y Valdivia a mediados del siglo XIX. En la actualidad participa, con el compromiso que se requiere, en la modificación de la Ley de Monumentos Nacionales y el Reglamento de Excavaciones y Prospecciones Arqueológicas que marcará el rumbo futuro de la arqueología chilena y de las futuras generaciones de arqueólogas y arqueólogos por los próximos cincuenta años.