El levantamiento social que se observa en nuestro país no nació al alero de algún partido o bajo el llamado o iluminación de algún líder. Nació a partir del cansancio generalizado de una sociedad que se ha sentido postergada y humillada por aquellos que han ostentado el poder decisional. Esto es así, en virtud que la mayoría de las personas han sido víctimas de numerosos y sistemáticos abusos que han sido legitimados por el mercado y validados por una clase política que ha traicionado el mandato de representación que el pueblo le entregó.
Ante esto, la canalización de este descontento, y que ya se evidenciara notablemente el 2016 con la baja participación electoral, hoy ha alcanzado una nueva dimensión, la que se ha refrendado bajo el lema “Chile Despertó”.
En esta nueva dinámica, las personas -y sin importar si se es nacional o extranjero, hombre o mujer, joven o viejo, trabajador, cesante o estudiante- decidieron explicitar su molestia, saliendo a la calle a fin de exigirle al gobierno y a toda la “clase política” cambios profundos respecto a lo que es la estructura normativa y social del país.
Sin embargo, la respuesta que entregó la “clase política” no ha hecho más que potenciar la molestia, fortaleciendo -en consecuencia- la reivindicación colectiva. Esto es así, ya que, en un primer momento, tanto los partidos políticos, como los parlamentarios, así como el mismo gobierno, se presentaron como entidades que no estuvieron a la altura de lo que la ciudadanía esperaba de ellos. Esto, en función de no haber logrado “identificar” el nivel de importancia y necesidad que se explicitan con las reivindicaciones que hoy se exigen y que por años han estado presentes en nuestra sociedad.
Esta absurda e impresentable justificación no hizo más que evidenciar lo desconectado que está la clase política de lo que es la realidad social en el país. No conforme con este primer error, la clase política -y en una dinámica que he podido identificar en todos los sectores- ahora ha intentado “colgarse” de la molestia social, buscando presentarse como “la” alternativa capaz de representar y canalizar las exigencias y reivindicaciones de un colectivo que ha aprendido a desconfiar y que tiene como principal fortaleza su no articulación.
Ante esto, sólo cabe decir que la clase política no ha despertado y no quiere despertar. Al respecto, pareciera ser que ellos tienen la secreta esperanza que el despertar social sólo sea una molesta y breve pesadilla y de la cual se puede salir entregando migajas disfrazadas de alimento. En ese sentido,
La clase política espera que el despertar social
termine pronto y así se pueda retornar a una normalidad en la que ellos puedan establecer las reglas de un modelo que perpetúa sus intereses a costa de lo que las personas exigen. Es por esto, que -más que siempre- se hace necesario que las personas no decaigan en sus justas y necesarias reivindicaciones; condición que obligaría a la clase política a despertar y a legislar en función del bien común.