En este momento, la pandemia mantiene a los docentes con “vacaciones adelantadas”, pensando en estrategias para enfrentarla una vez se retomen las actividades lectivas. Esta encrucijada viral trae oportunidades para repensar la acción pedagógica.
Cierto es que virtualizar la docencia aumentó el agobio y evidenció una crisis educativa marcada por un énfasis en “la materia”, en el “contenido”, contradiciendo los supuestos pedagógicos para un contexto de emergencia.
La pedagogía en emergencia no busca ser teledisciplinar, no se enfoca solo en un currículum prescrito. Cada territorio presenta condiciones particulares que demandan de la escuela medidas únicas. Por ello, la institución escolar debe abandonar la rigidez y asumirse autónoma para sondear la crisis en su comunidad, luego plantearse propósitos pedagógicos y disciplinares no complejos – y articulados por toda la comunidad de docentes-, que apunten a las habilidades requeridas en crisis y, finalmente, transmitirlos a las familias.
En emergencia, el quehacer docente va a lo central para no generar un torbellino de acciones erráticas y agresivas, mantener la necesaria interacción profesor-estudiantes y relevar la interdependencia y ayuda mutua. En este tiempo, la docencia apunta a la dimensión socioemocional y al abordaje transversal e integrado de la problemática sanitaria desde el saber de cada asignatura.
Para ello, se requiere ir lento y, al igual que en la música, el silencio es crucial. La pausa da libertad y ayuda a la aparición de recursos internos alentadores que facilitan la reinvención y el rescate del conocimiento ancestral de acercarse a los demás. Por ello, se requiere una pedagogía de la esperanza, para vislumbrar un nuevo futuro y cuestionar paradigmas educativos bancarios alienantes, como manifiesta el pedagogo Paulo Freire. Esta pedagogía es transformación, cautelando para el estudiante la posibilidad de diálogo, sentido crítico y reflexión en la acción.
En la incertidumbre, como dice el filósofo Edhar Morim, hay «certezas» a adoptar: el despertar de la solidaridad, el refuerzo de las verdades humanas que hacen calidad de vida: amor, amistad, entre muchas más. El futuro es y será incierto y los docentes son poder y fuente para influir en las circunstancias y transformarlas junto con sus estudiantes.