El anhelo de una sociedad cohesionada es una legítima aspiración de las instituciones que somos parte de Puerto Montt Superior y de todos los que convivimos en este país. Podemos tener distintas perspectivas respecto al camino más adecuado para lograr conseguir dicho propósito, pero al final del día la mayoría buscamos que las oportunidades de bienestar para todos sea el camino distintivo de nuestra convivencia.
Sabemos muy bien que nuestra vida cívica viene presentando grados no menores de fricciones derivados de polarización de las ideas y proyectos de sociedad. Por su parte observamos que las promesas incumplidas del modelo de desarrollo han ido generado desesperanzas, miedos y malestar en parte importante de la ciudadanía. No reconocer ambas situaciones, ha traído costos que se están volviendo inmanejables para una democracia que presenta síntomas de fatiga preocupantes.
Hace ya unos años el politólogo N. Lechner planteaba la importancia de recuperar la comunidad perdida y encontrar en ella una fuente de integración social distinta al mercado. La restitución de ella logra – planteaba- mediante una revalorización de la democracia. El mercado cumple sus propósitos, pero uno de ellos no es garantizar la solidificación del vínculo social.
Si nuestra democracia no asume de verdad ese propósito cohesionador, no habrá filtro eficaz posible al despliegue de fórmulas populistas y totalitarias que presionan para asumir ese rol integrador.
La legalidad de la democracia es un componente esencial, pero también se precisa que en ella se cumpla con las promesas contenidas en los proyectos políticos en competencia. Para lo cual se precisa contar con un Estado que aporte a la equidad mediante un alto grado de efectividad de sus cursos de acción.
La puesta en escena de un proceso constituyente como el que hoy estamos votando en el país, sin duda, tensionará la agenda política en los meses que siguen, los cuales se caracterizarán por variados proceses electorales de alta incidencia.
Los recelos y desconfianza que hoy tiene la población respecto de los partidos políticos y su escasa renovación de liderazgos, como también respecto a gran parte de la institucionalidad requieren de nuevas fórmulas de actuación política y de relatos que nos permitan avanzar hacia una cohesión social que se hace cargo de los desafíos de vivir en el siglo XXI, pero que no olvida los rezagos aún pendientes del siglo pasado.